Pautas para la comprensión del lenguaje incluyente

Psic. Edgar Felipe Echeverría Herrera

En la actualidad, gracias a la tecnología y a otras muchas cosas, tenemos la oportunidad de acceder a una gran cantidad de información <y desinformación>: diferentes temas se entienden de forma parcial y se hacen análisis a partir de ello, generando reflexiones y conocimientos lejanos a lo esencial del tema, incluso llegando a la posverdad (aquella donde los hechos objetivos parecen tener menos impacto que los argumentos emocionales y las creencias personales).

Esto ha pasado en el tema de lenguaje incluyente, basta con entrar a redes sociales y revisar los debates y conflictos que existen al respecto de su comprensión y uso. Con lo que has leído hasta ahora en tu cotidiano, me gustaría que partamos de las siguientes preguntas:

– ¿Para ti, qué es el lenguaje incluyente?
– ¿Cómo aprendiste esto?
– ¿Qué importancia tiene?

Comencemos por reflexionar sobre la forma en que pensamos; entre otras muchas cosas, hay una parte fundamental en el lenguaje, ya que nos permite nombrar y distinguir imágenes en nuestro pensamiento: si yo te pido que pienses en un auto, verás en tu mente características de lo que significa un auto para ti, ¿qué pasa si yo te pregunto por algo que no existe en tu lenguaje?

Probablemente pensarás en imágenes que puedan darte una idea de ello, pero al no estar nombrado en tu contexto, será mucho más difícil que con el ejercicio del auto.

Podríamos decir que mientras más escuchas y nombras algo, más sentido toma en tu pensamiento. Supongamos que acabas de comprar un auto azul, antes de tu compra ya veías autos azules sin prestarles tanta atención, pero ahora que compraste el auto azul, tu atención está más dirigida y entonces notas muchos más autos azules que antes, sin prestarle tanta atención a todos los demás
colores.

Siguiendo la idea del auto… ¿Cómo es la percepción del mundo sobre aquellas poblaciones o personas que habitualmente no son nombradas? Por ejemplo, las inmobiliarias de manera general no suele construir departamentos pensando en personas con discapacidad, con movilidad reducida o sillas de ruedas, por lo regular se tienen que hacer adaptaciones cuando se requiere, y a pesar de que en Querétaro, según datos del INEGI hay más de 8 mil personas con alguna limitación o discapacidad, las casas se siguen construyendo (en general) sin tomarse en cuenta a estas personas; si pensamos en el párrafo anterior, podríamos deducir de manera un tanto burda pero significativa que al no ser personas nombradas habitualmente y omitidas del lenguaje cotidiano (o muchas veces sí pero con un sentido asistencialista) no representan atención en el pensamiento y por ende, no se piensa en ellas.

Eso pasa con el lenguaje excluyente, se les excluye de la comunicación y visibilización, lo que termina siendo un peldaño muy abajo, pero peldaño al fin, que es base para la discriminación, violencia y obstrucción en el acceso a derechos de las personas en situación de vulnerabilidad.

En las discusiones de redes sociales hablamos de lo que la Real Academia Española (RAE) aprueba o desaprueba, y sí, el uso de x, @, / no es lo más recomendado, pero hay cosas que sí podríamos modificar en el lenguaje a pesar de la RAE, porque además la RAE se creó hace mucho tiempo y si entendemos que el lenguaje es una expresión de un determinado tiempo y contexto en el mundo, podremos darnos cuenta que en un mundo donde las mujeres tenían roles muy específicos y el hombre era el actor principal, el lenguaje también se construyó desde ahí y entonces el masculino gramatical en el que la RAE se respalda, cobra sentido, pero contemporáneamente, ya no estoy seguro que deba tenerlo, porque al menos en la igualdad formal que aparece en las leyes, las personas somos iguales ante la ley y deberíamos tener los mismos derechos.

El lenguaje incluyente no es solamente poner una “e” a todas las palabras, incluso no es necesario, hay palabras que omiten temas de sexo o género que pueden emplearse perfectamente como el uso de “jóvenes o juventud”, “presidencia”, “alumnado”, “cuerpo docente”, todas ellas hablan de grupos donde cabe cualquier identificación sexual, no solamente de “los jóvenes, el presidente, los alumnos y los maestros”, que se refiere sólo a hombres.

El lenguaje incluyente no debería llamarse lenguaje incluyente, simplemente debería ser lenguaje, porque desde nuestro español, hay pautas y formas que por sí mismas ya son incluyentes pero el empleo que se usa del español sí puede ser excluyente; de emplearse el lenguaje en toda su plenitud, no habría una distinción entre incluyente y excluyente, porque como podrás imaginarlo en lo que vas leyendo, el lenguaje incluyente no se trata de “cambiar el lenguaje”, si no de utilizarlo en su misma dinámica para visibilizar a todas las personas.

Este texto solamente son pautas iniciales para no castigar el lenguaje incluyente, entendiendo que el uso de un lenguaje excluyente sigue manteniendo y recalcando las diferencias en los accesos y oportunidades entre las personas, principalmente entre las personas históricamente vulneradas.

El lenguaje incluyente definitivamente no es la solución a los problemas sociales, ni pretende serlo, pero de usarse de forma habitual, sí posibilita un mayor alcance y visibilización para las personas.

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